Corrían los meses de abril-mayo del ya lejano 1971 (o tan cercano, al menos en mi memoria), estudiábamos y éramos miembros de la maravillosa primera generación del Colegio de Ciencias y Humanidades, donde aprendimos de la solidaridad, de la nobleza, valentía y sabiduría de maestros jóvenes y en absoluto convencionales, que habían sido lideres y en algunos caso sobrevivientes del entonces cercano 1968.
Cuando lo ví por primera vez, no pude dejar de asombrarme, creo que está en mi naturaleza, ver (escudriñar) de manera impertinente a lo que de entrada considero diferente o que de alguna manera me llame poderosamente la atención; puede ser alguien por su color, su belleza, algún defecto físico o como en este caso, su enorme masa corporal. Llegó caminando lentamente hacia el grupo de amigos que estábamos, algunos cantando y otros tocando la guitarra, sentados en una de las múltiples jardineras que se podían encontrar por todas la pequeñas explanadas, de la escuela. Su nombre Mario Alberto y conocido por muchos como “Beto Freak”; con la aparente timidez que lo caracterizaba, nos preguntó si podía juntarse con nosotros, algunos lo ignoraron y otros le abrimos un espacio, después de un rato tomó una de la guitarras que alguien había puesto a descansar, las notas un poco extrañas sonaron en una mezcla de rock, blues, jazz o no se que, con una velocidad y cadencia, que pasado el tiempo me di cuenta que eran producto de largas sesiones escuchando y aprendiendo del gran Frank Zappa, pero que en esos momentos nos parecieron estrafalarias tanto o más que la propia apariencia de Beto.Creo que desde ese primer día nos adoptamos mutuamente.
Beto Freak recién desempacado del Colegio Salesiano, tenía una imagen como salida de la revista Heavy Metal o de Mad, corto de estatura, con más de cien kilos en su cuerpo, un pelo largo y chinísimo (que podría ser la envidia de los perros ovejeros), sus camisas de manta que bien tapaban de las inclemencias del sol, a más de cinco y su infaltable morral, en el que te encontrabas desde libros de poesía de Bodelaire y de Rimbaud o el Kaliman más reciente, hasta alguna riquísima torta, prepara por las sabias manos de Fanny (su madre).
En ese tiempo, Freak vivía en un barrio de clase obrera, rodeado de viejas fábricas y talleres, paradójicamente vecino de una de las colonias más ricas de la Ciudad de México (de ese entonces y hoy en día), Polanco, muy cercano también del barrio de Santa Julia, de nombre muy conocido gracias al famoso salteador de caminos apodado “El Tigre”. Su casa de un solo piso, albergaba la recámara de sus padres, la recámara de él, que compartía con sus dos hermanos, un patio largo lleno de plantas y un área grande (la principal) en la que se encontraba la cocina y las mesas en donde Fanny día con día, le daba de comer (en su mejor época) a no menos de treinta comensales; entre secretarias, obreros , mecánicos, uno que otro empleadito encorbatado y albañiles. La logística de la cocina económica (así se llama en el D.F. a los pequeños restaurantes de barrio), estaba a cargo de su padre en cuanto a las compras y a la atención a clientes y en la parte culinaria, Fanny. La primera ocasión que fui a su casa, me impactaron dos cosas: una, la exquisita comida que Fanny preparaba, esos inolvidables bIsteces encebollados con salsa martajada, chiles rellenos con el huevo esponjadito, la fabulosa sopa de fideos con una cucharadota de frijoles negros de la olla (¿acaso hay de otros?) y un buen vaso de agua de piña, en el punto exacto, ni dulce ni ácida, simplemente el agua de Fanny; la segunda, entrar a la habitación de Freak y encontrarme con la colección de discos que no imaginaba hasta ese momento, que alguien en su casa pudiera tener, ahí se podían ver desde los Beatles, pasando por Pink Floyd, Eric Clapton, Frank Zappa, Spooky Tooth, Roxy Music, Yes hasta uno que otro de tangos y de Chava Flores, pero con el predominio del Rock en todas sus variantes y estilos.
Esa casa de tan grandes recuerdos, fue sitio de reunión del nunca bien ponderado grupo de Rock, poesía, literatura, política, cocina y chistes, llamado Splath!. Como olvidarse de las grandes sesiones de música y ensayos para tocar en las tardeadas con los cuates, como olvidarse de las grandiosas discusiones de política que sosteníamos, Lalo, Tancho y yo, como olvidarse de Pepe, Arturo, Ricardo, cada uno de ellos amigos de siempre y para siempre; y los hermanos de Freak, Toño nuestro ídolo y maestro de matemáticas, todo un genio que desde la prepa y sobre todo en la Universidad, ponía a estudiar a sus maestros; desde el primer semestre en la Facultad de Ingeniería, lo nombraron profesor adjunto y de ahí a Japón becado por la Universidad y el CONACYT y hoy en día convertido en monje budista y que decir de Manolo el más pequeño de los tres (un lindo niño y cortés), que al paso de los años se convirtió experto en estadística, demoscopía y cibernética, quien fue el primero en alertar sobre el fraude electoral que se estaba cocinando en el 2006, que ante el cúmulo de evidencias que le presentó en varios debates a Roy Campos (famoso encuestador), diciéndole en su cara, que sus encuestas estaban falseadas,a este último lo único que le quedo por decir es que Manuel era un fanático del “Peje”, esta aventura le costó su empleo.
A Beto Freak le debo mucho de lo que hoy soy, él me enseñó el mundo de la música (antes lo único que me interesaban eran los Beatles); me enseñó a disfrutar de la poesía francesa, la llamada maldita, con el aprendí a descartar mis complejos, hacia arriba y hacia abajo.
Con el paso del tiempo, Beto se ha convertido en un prestigiado psicólogo e investigador, catedrático de ya varias generaciones en la Universidad. Hace uno días platiqué con Freak, lamentablemente su salud se ha ido minando debido a problemas pulmonares y a su exceso de peso, sin embrago su estado de animo está por los cielos fiel a lo que enseña y proyecta, con el mismo gusto por el rock, hoy con más cultura sobre sus hombros, con el mismo gusto por la literatura, pero apunto de publicar su libro.
Hoy escribo con el pensamiento en esos buenos tiempos del C.C.H., con el corazón y sentimientos encontrados, felicidad nostalgia y tristeza por los que ya no pueden leer estas líneas y que formaron parte de mis experiencias.
Escribo para felicitarte en tu cumpleaños y decirte amigo y sobre todo hermano, así, con mayúsculas, querido BETO FREAK.
No hay comentarios:
Publicar un comentario