Recordar es vivir, una de las cosas que mas extraño de la Ciudad de México, son sus cantinas, que momentos mas agradables y entrañables pasé en ellas. En especial me acuerdo de la ubicada en la calle de Dr. Barragán (en la colonia doctores por supuesto), exactamente a la espalda del Tata Lázaro, será que la recuerdo porque fue la primera a la que asistí formalmente (es decir; a ponerme una buena peda, si no me equivoco corría el año de 1980), desgraciadamente por más esfuerzo que hago, no puedo recordar su nombre. Dicha cantina era atendida por sus dueños ya bastante grandes por cierto, invariablemente nos atendía Luisito, todo un profesional en su materia, de entrada, las bebidas eran servidas en vasos jaiboleros con un mortal fajo etílico de más de medio vaso (en ese tiempo era riquísimo el añejo de Bacardí, muérete de envidia Solera), después un platón y dependiendo del numero de comensales con al menos una docena de huevitos de codorniz con limón y bañados con potentísimo chorro de salsa búfalo (de cual otra podía ser). Paso siguiente, un tazón con una riquísima fabada en donde nadaban suculentos trozos de chorizo y morcilla; más tragos y otro platón esta vez con doraditas quesadillas de sesos y para terminar más tragos y un exquisito solomillo al mojo, más tragos y un grito desgarrador que decía: ¡¡¡¡ LUISITO, YA TRAETE EL DOMINO!!!! Y todo esto, solo con el costo de las bebidas, extraordinario.
Cantina típica de barrio, con mesas de madera que en cada pata tenían un lugar para poner los vasos, para que no interferireran al momento de hacer la sopa; en una de las paredes, visible desde cualquier punto del lugar, un cuadro enorme con la famosa e idílica Samanta (famosa en ese lugar), escultural mujer vestida solo con la parte de abajo del traje de baño y con una enorme boa en el cuello tapándole los senos (Luisito decía que era una foto de su fallecida esposa). En el extremo contrario, un cuadro de la Guadalupana con sus respectivas veladoras y cajita para las limosnas. Después de varios partidos de dominó y ya entrados en gastos, pedíamos la de rigor y la de la casa, para encaminarnos a “La Burbuja” famoso antro (ese sí antro, no como los mal llamados de hoy en día) que fue uno de los protagonistas principales de la película “Los Caifanes”. Ya tarde, con bastantes tragos en el cerebro, torrente sanguíneo, páncreas y lo que quedaba de hígado y después de gastarnos bastantes monedas de diez pesos en raspados de limón, a buscar el primer taxi, despedirnos con la promesa de vernos la siguiente quincena y tratar de no barnizarle la tapicería al pobre chofer.
Cantina típica de barrio, con mesas de madera que en cada pata tenían un lugar para poner los vasos, para que no interferireran al momento de hacer la sopa; en una de las paredes, visible desde cualquier punto del lugar, un cuadro enorme con la famosa e idílica Samanta (famosa en ese lugar), escultural mujer vestida solo con la parte de abajo del traje de baño y con una enorme boa en el cuello tapándole los senos (Luisito decía que era una foto de su fallecida esposa). En el extremo contrario, un cuadro de la Guadalupana con sus respectivas veladoras y cajita para las limosnas. Después de varios partidos de dominó y ya entrados en gastos, pedíamos la de rigor y la de la casa, para encaminarnos a “La Burbuja” famoso antro (ese sí antro, no como los mal llamados de hoy en día) que fue uno de los protagonistas principales de la película “Los Caifanes”. Ya tarde, con bastantes tragos en el cerebro, torrente sanguíneo, páncreas y lo que quedaba de hígado y después de gastarnos bastantes monedas de diez pesos en raspados de limón, a buscar el primer taxi, despedirnos con la promesa de vernos la siguiente quincena y tratar de no barnizarle la tapicería al pobre chofer.
1 comentario:
Compadre, a ver cuando vamos a emular esas pasadas glorias tuyas, te dejé un premio al esfuerzo personal en mi blog, si quieres puedes pasar por él acá
Saludos.
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